Luces y sombras en escena

Intensas y fecundas Jornadas de Críticos de Teatro bajo el sol inclemente de Almagro. Asomarse a la Mancha es cabalgar con Quijote, Sancho, Shakespeare, el Siglo de Oro y sus contradicciones; con Ignacio Amestoy, nuevo caballero andante de la Unir, y Natalia Menéndez, Dulcinea de todos los clásicos españoles. Lope, grandísimo poeta se quedó, según testificó un apenado Cervantes, con el cetro de la monarquía teatral. Pero la presencia infinita sigue siendo don Quijote y Cervantes, lo cual –la turbulenta vida del Fénix y la vida cautiva de Cervantes– nos lleva a temas que conciernen a los clásicos, la razón de su vigencia y la tentación que ejercen sobre los cómicos: directores, intérpretes y dramaturgos.

En torno a tres montajes coproducidos por la Unir se centraron las discusiones medulares conducidas por Gabriel Antuñano y Amestoy: vigencia y razones de los clásicos, limitación de las adaptaciones, fidelidad al texto o libre visión del mismo. El desarrollo transversal de estos enunciados es inevitable y se habló, en consecuencia, de otros temas, tan rigurosos y dinámicos como pudo serlo el escrutinio del cura y el barbero en la biblioteca de Alonso Quijano.

Bellísimo el montaje de Pimenta, y magnífico en algunos momentos épicos, el de Townsend. La primera elimina los riesgos y los tópicos de la comedia de enredo con un final melancólico y amargo: la mentira infecunda, una verdad dolorosa sin recompensa; la segunda lima las aristas doctrinales de un plasta heroico y mártir como Moro. Los clásicos son lo que son, ni progres ni reaccionarios: testimonio de una época. En pensamiento, mejor no buscarles analogías con el presente. Que Shakespeare fuese criptocatólico, a efectos dramáticos de Utopía, importa poco.